jueves, 21 de mayo de 2009

LA ZUMBA

Zumba porque tenía pelo de pasa, cortito como piel de coco, dura la pasa. Zumba. Zumba también porque zumbaba cocos, eso dicen, aunque se me hace raro que esta sea la razón. Trepaba las palmeras como ardilla, sangraban sus rodillas, trepaba, sí, la falda arremangada y con filoso cuchillo en una mano, la misma con que subía hasta los cocos y los cortaba, rápida, y allí iban, daban al piso, a la hierbita, los cocos con su agua fresquita, ay qué rica. Zumba zumbadora de cocos, puede que sea, pero creo más bien que por su pelo así la llamaban, burla burlando como dicen, y por las noches –con sus ojos de miedo y color de miel de palo-, con casas. Y si había niños jugando, reía como sonriendo para ella, risita desde su corazón, traviesa, duendecillo, se reía solita sin atreverse a entrar o molestar: No hacía nada más que mirar. Entonces, si la descubrían y le decían ¡zape! huía en estampida. Abuelita, no seas mala, no te rías de la Zumba, dale comida a la Zumba, pero abuela reía y seguía riendo, no con ella sino de ella, falda floreada y sucia, dientes de raspadura negra. La Zumba, Zumbita triste.

Cuándo empezaron las clases, es decir, cuando tuvimos que irnos, el pensamiento puesto en esa muchacha de casi nuestra edad – sería mayor, como decían?- nos perturba a mis hermanos y a mí. –Oye, no te da lástima?- De qué? De la Zumba, tonto, de la Zumba! – Por qué no nos dejaban jugar con ella? – Por qué teníamos que obedecer en esto a la abuela? Era solo buena para los mandados, para los regaños, para divertirse uno viéndola correr detrás de los perros y los gatos, huyendo de los cucharones que le tiraba la abuela cuando ella cogía las mazorcas de la olla y se las comía, a escondidas. Mis hermanos y yo nos mirábamos en silencio, pesarosos, un algo avergonzados.-Yo le dí mi muñeca de trapo, me defendí una vez.-Ah, porque estaba rota dijo uno de mis hermanos. Y me quedé allí, pasmada, pensando. Era verdad. Estaba rota mi muñeca de trapo, Enriqueta Zarabanda –ese era el nombre que le pusimos.-No, no se la di por rota, yo quería a mi muñeca, era mi preferida por así decirlo, no me importaba tanto mi muñeca rubia de rizos largos que lloraba si le tocabas un pitito colocado en su espalda de plástico, y que decía mamá, más me importaba Enriqueta Zarabanda, mi muñeca de trapo regalo de mi tía-niño Dios de todos mis primeros diciembres. No, no se la di por rota, yo quería a mi muñeca,¡ zonzo !, pero, no ves: se parecía a la Zumba, con esa lana de pelo que tenía.. Decía la abuela que la llamaba Zumba por su pelo pasudo, pelo de “ciruela-pasa”. Al darle la muñeca, recuerdo, la Zumba se había emocionado. Estaba, como siempre, en el portalón del patio, jugábamos a las estatuas y al mirón-mirón – de- dónde- viene- tanta gente-mirón-mirón-mirón,- de san Pedro y san Vicente- ella nos miraba con su mirada saltona e inquieta, a veces brillosa, a veces turbia, ojos de río sucio y lento. Un día mi muñeca estaba dormida, tiradita entre las flores de la parte trasera de la casa. La Zumba tenía los ojos puestos sobre Enriqueta Zarabanda. Dejé el juego, fui y cogí la muñeca y estiré la mano, cógela, ordené, y ella abrió los huevos de sus ojos color de miel de palo, se pasó las dos manos por su falda de siempre para tenerlas limpias, y estiró los brazos. Nunca la vimos tan feliz.

.Huyó casi como niña con miedo, con su regalo, antes de que a mí me viniera el arrepentimiento. Así somos los muchachos, así somos de niños. Debo escribir “de niña” como se dice ahora?. Cosas de los géneros. Aún no entiendo bien este asunto. Antes uno decía “niños “ y los varones y las niñas nos sentíamos aludidos. El adulto es un ser muy complicado. Mamá no sabe mucho de este asunto de género ni le interesa. Ella sabe que es mujer y no pelea por eso. Ser mujer y ser hombre, creo, basta, cada quien sabe lo que es, de eso no hay duda dice mamá, lo demás es pura majadería., y hasta a veces es cosa de marimachas pero mamá no nos dice qué cosa son las marimachas. Lejanamente recuerdo que una vez alguien llamó a la Zumba marimacha cuando subía a cortar cocos y a mí me dio pena y casi ganas de llorar sin saber por qué. La Zumba era como un perrito, podría decirse, era un gatito salvaje, daba miedo a veces, pero eso de “marimacha” no sé qué tendría que ver con ella, era una palabra muy fea, muy rara, peor que cuando alguien dijo que esa muchachita no era muy cuerda que digamos, que tal vez era loca. Sería? Oye, mamá, tú crees que la Zumba juega todavía con mi muñeca?- Ya no es tu muñeca.-Cierto, mamá, pero, jugará? Siempre las niñas juegan, acaso tú no?-Basta, y ahora, a callar todos, ordenó mamá. Deben portarse bien para que la muchacha vea (mamá estaba esperando a una muchacha para trabajar en casa como sirvienta, eso oímos) que ustedes son bien portados.- Por qué, mamá? No ves que de pronto, si se portan ustedes mal, no quiere la muchacha venir a casa a trabajar conmigo? Y necesito mucho esa sirvienta.-Mamá y cuándo volvemos a la casa de la abuela?, me gusta el río, los árboles de mango y las naranjas, tú deberías acompañarnos. –Será en vacaciones, niños, la abuela es suficiente, yo trabajo acá, se portarán bien mis niñitos?- Sí, mamá, respondieron a coro mis hermanos. Yo bajé la cabeza.

Entonces llegamos. Mamá paró el coche, dejó de manejar, y de la casita vieja del barrio pobre al que llegamos, salió una muchacha flaca, un poco más alta que la Zumba que recordábamos. Todos clavamos en ella los ojos, vivía en lo que era apenas una casa, cartones, zinc, una filita de cuatro bloques y piedras para entrar sin agarrar lodo. Un desastre. Nos caímos pero la Zumba rió mostrándonos con gestos a una señora vieja, tan flaca como ella, su misma pelambre en la cabeza. Nos miramos mis hermanos y yo. Alegría y sorpresa.- Mamá, grité, esta no es una sirvienta, es la Zumba, Zumba : eres tú? La Zumba, mamá, la Zumba. Alegría y tristeza en nuestras voces. Ella nos miró, de pronto no nos reconoció. Algo habíamos crecido, algo habíamos cambiado. Sin embargo, una extraña lucecita le iluminó de pronto ese semblante tantas veces visto, nos miró una y más veces, incrédula, hasta que -perdiendo un poco su pesada timidez- nos echó encima los brazos, -Zumba, gritamos, eres tú, eres tú! Y la rodeamos admirándola, viéndola de arriba abajo, y apenas vio nuestra alegría un trazo de luz hermosa le atravesó esos ojos de miel de caña, nos echó encima los brazos, nunca antes le habíamos dado un abrazo nunca antes fuimos efusivos con ella, hasta indiferentes fuimos ¿Zumba, gritamos, eres tú, qué bueno, eres tú. Aún nos miraba con cierto asombro, mucha incredulidad. Éramos en verdad nosotros, los muchachos que vacacionábamos en el campo? Reímos todos, alegres. Mamá nos observaba extrañadísima. La Zumba dijo, sí, soy yo, y ustedes ¡son ustedes! Qué alegría, muchachos, qué alegría, son ustedes, Y ella echó a los aires su risa, esa que no conocíamos, y un halo de imprecisa belleza le iluminó la cara.

Zumba querida: ahora lo sabemos, siempre te hemos querido. Podrías entenderlo? Zumba que friegas los platos y cubiertos, Zumba que lavas la ropa sucia, Zumba que planchas, Zumba que coses las camisas de mi escuela, Zumba zumba- cocos, Zumba regañada por la abuela, la vida da muchas vueltas. Hoy te ha vuelto a nosotros, te vemos fregar los pisos de rodillas, sudando como una pobre condenada, ya no juegas con muñecas, no miras nuestros juegos, se ha acabado tu mirada traviesa, Zumba- Zumbita trabajadora, sirvienta, sirvientita, Zumba que estás aquí, dónde estarás mañana?

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